Sábado de Gloria
Juan Villoro México, Cd. de México (24 junio 2018)
compartir por:
  • Juan Villoro expuso para CANCHA cómo vivió el partido entre México y Corea del Sur.
    FOTO: Archivo

Ante un árbitro serbio que parecía haber aprendido el sentido de la competencia en la Guerra de los Balcanes, México superó el taekwondo de Corea del Sur, se impuso 2 a 1 y continuó su histórico recorrido en el Mundial.

Con Salcedo transformado en una muralla que contuvo la artillería coreana, Vela distribuyendo el juego e inventando pausas en media cancha y las tenaces descolgadas de Layún, Lozano y Hernández, el Tri dominó el partido con absoluta jerarquía.

Vela enfrentó uno de los más socorridos fantasmas de la patria: anotar de penalti. Antes del cobro, el árbitro suspendió el juego el tiempo suficiente para que pensáramos que ninguna de las múltiples deidades del panteón azteca nos ampara ante el drama de los once metros.

El azúcar subió en la sangre de más de cien millones de mexicanos mientras uno se atrevía a ser distinto. Vela encaró el desafío bañado en sudor, no por la helada transpiración del miedo, sino con la tranquilidad de quien conoce el sauna de los elegidos.

Después de ese cobro magistral, otro fantasma flotó sobre el estadio: la tentación de que el equipo se echara atrás en espera del abordaje coreano. Pero la selección mostró que en Rusia las cosas suceden de otro modo. Animada por una hinchada fervorosa, buscó la portería contraria hasta lograr un gol que fue una copia Xerox del que anotó a Alemania. En esta ocasión, el Chucky y el Chicharito invirtieron sus papeles y fue el primero quien cedió un pase impecable al segundo, para que recortara a un adversario y lograra el tiro de la muerte.
La afición mexicana es la segunda más numerosa en el Mundial, lo cual revela los inmensos deseos compensatorios de dos revoluciones fracasadas.

A falta de Ángel de la Independencia, los fanáticos tricolores se congregan en Rusia ante estatuas de Lenin para entonar "Cielito lindo". Si Marx propuso llegar "al cielo por asalto", nuestro canto ante la efigie del patriarca soviético confirma que, de tanto desearlo, se puede llegar al paraíso.

En su novela El regate, Sergio Rodrigues dice que durante décadas los cronistas de la radio y la prensa brasileña se refirieron con tal entusiasmo a lo que debería ocurrir que eso acabó pasando. No es casual que el estadio de Maracaná lleve el nombre de un periodista, Mario Filho, ni que la mejor selección verdeamarella de todos los tiempos, que triunfó en México 70, haya sido preparada en su fase eliminatoria por otro periodista, Joao Saldanha. De acuerdo con Rodrigues, las palabras que prometían la épica acabaron por propiciarla. ¿Qué sentido de la objetividad respaldaba esta fantasía? Ninguno. Por eso, el extraordinario Nelson Rodrigues, que bautizó a Didí como El Príncipe y a Pelé como El Rey, escribió: "Y si los datos no nos acompañan, pues peor para los datos".

Anticipar el triunfo es ya una manera de conseguirlo. Durante décadas, la afición mexicana ha sido como los heraldos brasileños que pronosticaron gestas por venir. Nuestro grito de guerra en las tribunas, "¡Sí se puede!", informaba que el equipo normalmente no podía, pero que alguna vez lo iba a lograr.

Cuando Argentina ganó el Mundial de 1986, Ruggeri le gritó a Bilardo: "¡Ganamos la Copa!". "Sí, pero nos hicieron dos goles de cabeza", protestó el obsesivo entrenador. ¿Podemos quejarnos de algo para demostrar que la felicidad admite el capricho de estar inconforme? Por supuesto: Osorio se equivocó al meter a Márquez cuando faltaba una extenuante media hora. Eso en modo alguno lo demerita porque nuestra fe se ha renovado con el Domingo de Resurrección ante Alemania y el Sábado de Gloria ante Corea.

Hora de publicación: 00:00
compartir por:
¿Quieres recibir en tu correo electrónico un resumen noticioso de la sección Futbol?
Sólo por hoy
Por los siguientes 3 días
Durante una semana