Vencer a 'Money' no le ayudó
CANCHA / Staff Bulgaria, Sofia (25 abril 2015)
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  • Serafim Todorov ahora vive en la pobreza.
    FOTO: Especial

El último hombre que venció a Floyd Mayweather Jr. hubiera preferido no hacerlo.

Serafim Todorov vive en un pequeño apartamento en una de las localidades más pobres de Bulgaria, Pazardzhik, junto con su esposa, su hijo y su nuera embarazada, es desempleado y subsiste con una pensión de alrededor de 435 dólares mensuales.

Mayweather, mientras tanto, presume una trayectoria de 47 peleas invicto en el boxeo profesional, es el deportista mejor pagado del mundo y se embolsará hasta 180 millones de dólares por enfrentar a Manny Pacquiao el próximo sábado.

Todorov y Mayweather se enfrentaron en la Semifinal de peso Pluma de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, en la arena de basquetbol de Georgia Tech.

El ex boxeador búlgaro sitúa el origen de su declive en la pelea que siguió a su triunfo sobre Mayweather, el combate por la medalla de oro, que, según él, perdió injustamente.

A continuación vino un enfrentamiento con la federación de boxeo de su país, un fallido intento por cambiar de nacionalidad, la pérdida de oportunidades en el extranjero y peligrosas ofertas para trabajar en el bajo mundo de Bulgaria.

La pelea entre Todorov y Mayweather comenzó con una andanada de golpes.

Mientras Todorov observa el video de la pelea en YouTube, sus labios se curvan en una pequeña sonrisa.

"Él tenía 19 años", refiere el búlgaro a través de un intérprete.

"Yo era el más experimentado de los dos. Les había ganado a todos los rusos, a todos los cubanos, a algunos estadounidenses, alemanes, a campeones olímpicos. Me burlaba de ellos en el ring. Británicos, franceses... Yo les gané a todos".

Asiente con la cabeza.

"Yo era muy inteligente, un boxeador hermoso y atractivo de observar. Había que ser un artista en el ring. Yo era un artista".

Exageraciones aparte, la aseveración de Todorov es exacta: Mayweather era un adolescente, un campeón de los Guantes de Oro que se las vio difíciles para lograr su boleto olímpico, y tenía muy poco cartel en la escena internacional.

Todorov había sido campeón del mundo en tres ocasiones y dos veces monarca europeo en el boxeo aficionado.

El búlgaro era el tipo de pugilista que de vez en cuando jugueteaba con sus oponentes con amagues, fintas y esquivando sus ataques antes de rodearlos y tocarles la parte posterior del hombro. "No, no", se burlaba, "estoy de este lado".

Todorov, criado en la sureña localidad de Peshtera, aprendió a boxear muy joven -su tío le enseñó cuando tenía 8 años- y se convirtió rápidamente en un prodigio, un maestro del ring con fundamentos intachables.

El juego de pies fue siempre su especialidad, y a pesar de no haber entrenado en años, cuando se le pidió que hiciera una breve demostración, se puso de pie para realizar algunos movimientos con una habilidad tan portentosa que rayó en la gracia.

Pero la debilidad de Todorov siempre fue su dispersión. Le gustaban las mujeres y la rakia, el brandy frutal popular en muchos países de los Balcanes.

Su entrenador, Georgi Stoimenov, quien lo descubrió cuando era un adolescente y trabajó con él durante su carrera, hizo todo lo posible por controlarlo, pero le resultó difícil.

"En las competencias, los otros entrenadores dormían en sus habitaciones; Yo dormía en la de Serafim", dice Stoimenov.

En una ocasión, recuerda, encerró a Todorov en su cuarto, sólo para regresar y encontrar que había saltado por la ventana.

¿Dónde lo fue a encontrar?

"Unos pisos más abajo, con el equipo de atletismo de mujeres".

Todorov no niega sus defectos. Antes de los Juegos de Atlanta, recuerda, sólo entrenó tres semanas, e incluso durante ese período se dio tiempo para ir a beber con sus amigos.

No obstante dominó en los Juegos Olímpicos. Apabulló a sus tres primeros oponentes por un marcador combinado de 45-18.

Rememora haber estudiado poco a Mayweather, fuera de haber observado su pleito de Cuartos de Final.

"Fue como cualquier otra pelea. Para ser honesto, me había enfrentado a boxeadores mucho más fuertes", menciona Todorov.

Mayweather lo sorprendió en los primeros dos rounds. Todorov hizo mucho amagues y empleó numerosos ataques de un solo golpe, mientras que Mayweather repiqueteó con combinaciones.

La pelea llegó al último round con Todorov abajo por un punto, 7-6.

Aún así, Todorov estaba confiado -"No tenía miedo de ir tras él"-, pero los últimos tres minutos fueron una orgía de golpes desordenados, la mayoría de los cuales no encontraron su objetivo.

Dos impactos al cuerpo dieron la delantera a Todorov, 8-7, y Mayweather lanzó un par de ráfagas que no le retribuyeron puntos.

Mayweather finalmente empató el marcador con cerca de un minuto en el reloj.

Todorov regresó con un gancho al cuerpo para el 9-8 y otro golpe a la cabeza para el 10-8. Apenas pudo mantener a raya a Mayweather en los últimos instantes y la pelea terminó.

En el ring, ninguno de los peleadores supo de inmediato quién había ganado.

Cuando se anunció la decisión, el réferi inicialmente levantó el brazo de Mayweather, antes de darse cuenta del error y elevar el de Todorov.

Los partidarios de Mayweather pensaron que Emil Jetchev, un búlgaro que fue durante mucho tiempo presidente de la Comisión Internacional de Réferis y Jueces, influyó en en favor de su compatriota.

Y Todorov estuvo de acuerdo con la teoría, pero por sus propias razones. Él culpa a Jetchev por su derrota en el combate por el oro, afirmando que fue injusta, 10-9 ante Somluck Kamsing, de Tailandia.

Todorov menciona que la primera señal le llegó justo antes de la pelea, cuando Jetchev entró en su vestidor y le dijo que, si quería ganar, tenía que noquear a Kamsing.

"¿Por qué vino a decirme eso? Le había ganado a este tailandés por puntos, por muchos puntos, en el Preolímpico. Jetchev sabía que yo era un boxeador técnico, que no era Mike Tyson. Quedó claro que me estaba diciendo: 'Vas a perder'".

Después de la Semifinal, Mayweather no pareció extraordinariamente molesto por la decisión, pero Todorov tampoco se regodeó.

Fue el típico resultado olímpico -discutible, si no sospechoso.

Los boxeadores se fueron a los vestidores y pasaron al control de dopaje.

Ahí, Todorov recuerda haber cometido el mayor error de su vida.

La sala de control de dopaje en la arena era un espacio de usos múltiples, rememora Todorov, y se sentó en una silla frente al equipo médico. Mayweather se sentó detrás de él. Los dos boxeadores esperaban su turno para proporcionar una muestra.

De repente aparecieron otros tres hombres en la habitación, señala Todorov.

No pudo entender lo que estaba escrito en sus gafetes, pero le quedó claro que dos de ellos estaban involucrados en la promoción del boxeo profesional. El tercero actuó como intérprete.

Éste se sentó junto a Todorov. Le dijo que sus acompañantes habían quedado impresionados por su actuación y querían firmarlo para un contrato profesional.

"Vieron mi estilo, me vieron en el ring, vieron que yo era blanco", indica Todorov, sonriendo ante el recuerdo. "Nunca habría otro boxeador blanco como yo, y ellos lo sabían. Querían que me quedara".

Los términos del contrato eran conocidos por el búlgaro, quien ya había sido contactado por promotores australianos después de ganar en el Mundial de 1991 en Sydney.

Todorov se acuerda de haber sonreído cuando el intérprete le explicaba de los beneficios del contrato. Una fuerte gratificación por firmar, una casa, un coche, una nueva vida y grandes peleas frente a grandes multitudes.

Los otros dos hombres se inclinaron, uno de ellos sostenía una pluma... pero Todorov lo apartó.

"Sin siquiera considerarlo, le dije que no", afirma. "Así de rápido lo dije. No".

Mira hacia abajo.

"¿Sabe usted qué pasó después? Los dos hombres se acercaron a Floyd y empezaron a hablarle en inglés".

Todorov no es tan tonto como para pensar que los hombres fueron con Mayweather sólo porque él había rechazado su oferta, pero la imagen se quedó grabada en su memoria. Podría haber sido él, piensa ahora. Debía haber sido él.

Dos días más tarde recibió la visita de Jetchev, justo antes de la Final contra Kamsing.

Angel Angelov, quien trabajaba en la esquina de Todorov, recuerda que, terminando el primer round, el boxeador se sentó en el banquillo de descanso hecho un energúmeno, gritando a sus entrenadores que los jueces no le estaban dando puntos. "Como si no hubiera nada que pudiera hacer. Perdió 8-5".

Después de la derrota, Todorov pasó dos días en estupor mientras esperaba el vuelo de regreso.

"No dejé de beber", se acuerda. "Yo sólo quería beber hasta morir".

Se sentía traicionado. Había traído reconocimiento y premios al boxeo de Bulgaria en los últimos años, pero ahora sólo sentía amargura.

Con el Campeonato Mundial de 1997 en puerta, Todorov aceptó una oferta para cambiar de nacionalidad y representar a Turquía.

El acuerdo no era tan bien remunerado como el que le ofrecieron los promotores estadounidenses, pero era sustancial.

Si Todorov ganaba la medalla de oro, recibiría una gratificación de un millón de dólares. Lo único que necesitaba para cambiar de nacionalidad era la aprobación de la federación búlgara.

"El acuerdo estaba hecho", rememora Todorov. "Y luego recibí una llamada en que me dijeron que se había caído. Jetchev pidió de última hora una cuota de transferencia de 300 mil dólares a la federación turca".

Todorov se pone de pie y camina.

"Así no podía ir. Pero tampoco iba a pelear por Bulgaria. Todo había terminado".

Todorov tenía entonces 28 años. Podía haber ido a otros Juegos Olímpicos y a unos cuantos Campeonatos Mundiales más.

Decidió entonces quitarse los guantes, aunque se los volvió a poner en los años siguientes para disputar un puñado de peleas profesionales, dinero fácil.

Mientras Bulgaria atravesaba por dificultades económicas en su transición tras la caída del comunismo, Todorov deambulaba sin rumbo.

Tuvo algunos trabajos -como chofer, en una tienda de abarrotes, en una fábrica de embutidos- pero ninguno duradero.

Su esposa, Albena, laboró en un supermercado también, pero tampoco pudo establecerse en un trabajo. Ambos están desempleados.

Por la calle donde viven circulan narcotraficantes y jefes del hampa, indica Todorov, y algunos de ellos le han ofrecido trabajo. Podría ser "un capitán", le dicen, "un líder". Ganaría buen dinero.

Él los rechaza.

"Aquí hay mucha trampa, un montón de cosas negativas", dijo. "No me gusta, pero tampoco hay gimnasio de boxeo, no hay entrenamientos. Yo no hablo mucho con la gente de aquí. No me involucro en nada. No necesito tener muchos amigos. Sólo intento relajarme".

Albena hubiera querido que su marido le llamara cuando los promotores le hicieron aquella oferta.

"Podría haber cambiado nuestras vidas y las vidas de nuestros hijos", dice ella.

Todorov no oculta su decepción.

Si hubiera perdido con Mayweather, agrega, hubiera tenido que seguir boxeando en busca de regresar a una Final olímpica, no tendría que imaginarse cómo hubiera sido vivir en los Estados Unidos ni haber vivido la traición en la pelea contra Kamsing.

"En cambio, todo sucedió y yo quise tener la esperanza de que las cosas aquí iban a mejorar", subraya. "Fue una estupidez. Volví y me encontré con el infierno".

Hora de publicación: 09:38
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