Noche de angustia para los dos lados.

Al minuto 12 el par de directivos del Deportivo Táchira que acompañaron al equipo ya se llevaban las manos al rostro.

Apenas se acomodaron en su asiento, lejos y distinto al que le dan los Pumas a la dirigencia visitante en los partidos de la Liga MX, y comenzaron a sufrir.

En cada vuelo, el guardameta José Contreras los tuvo al borde de la silla, y cada vez que el arquero se lució para evitar los envíos de Ismael Sosa, Eduardo Herrera o Darío Verón, los directivos exhalaron para decretar el final del susto.

Pero en ese minuto 12, con el remate de Herrera hacia la red, no escaparon del coraje y las muecas de desaprobación.

Cerca de una de las cabeceras del Estadio Olímpico, una muestra de la situación socioeconómica en Venezuela, la que manifestaron los propios elementos del equipo al llegar a México.

Dos meses atrás, más de 120 seguidores del Táchira invadieron un pequeño espacio destinado para la porra visitante. Ahora, poco más de 50 trataron de mantener el respaldo entre una muchedumbre azul y oro que dominó de calle su partido en la tribuna.

De la solemnidad del Himno Universitario al académico "¡Goooyaaa!", y de ahí al "fino" grito de "¡puuut...!" hacia el portero rival.

Pero no contaron con que el pronóstico de día de campo se volviera un segundo tiempo de tensión.

Hasta que Sosa la rompió para desatar el júbilo, a punto del final de los 90.

A los de Pumas no les pasó por la mente la crisis venezolana. La noche de a poco fue suya, y la fiesta también, con todo y su dosis de desesperación.