Son pocos los equipos mexicanos debidamente estructurados.
Conforman una plausible excepción los clubes en los que a nivel institucional se establecen las bases adecuadas para que las cosas se hagan bien y con el debido orden.
En la mayoría de los casos, el asunto depende de lo que a cada dirigente o director técnico se le vaya ocurriendo, sin los indispensables lineamientos que a cada uno de ellos lo trasciendan y le faciliten sus labores.
Se va haciendo, a la mexicana, lo que a cada quien se le va antojando conforme se va ofreciendo.
Por ejemplo, en el Cruz Azul, una y otra vez, han contratado al director deportivo después de contratar al técnico... y a los jugadores antes de que llegue éste.
Ahora las Chivas, por poner otro ejemplo, aciertan por completo al contratar a Francisco Gabriel para que ocupe un puesto que les urgía reinstalar: el de director deportivo. Porque, evidentemente, él cubre con creces todos los requisitos y cualidades para desempeñar con solvencia esa labor.
El problema es lo inoportuno de la medida: cuando al Guadalajara le quedan tal vez menos de dos meses de torneo y una semana después de que Matías Almeyda había declarado -cuando no tenía por qué hacerlo- que las Chivas para nada querían ni andaban buscando director deportivo alguno.
Cosas del futbol mexicano, plagado de decisiones francamente incomprensibles, medidas inoportunas y criterios tergiversados.
Desde arriba, la incapacidad para estructurar, para generar y establecer las condiciones necesarias para que después, abajo, el buen futbol fluya.
Más allá de la cancha, en la banca y en las oficinas, muy pocos cuentan con los elementos idóneos en los distintos roles, con cada cual haciendo como se debe lo que le corresponda hacer.
Estructuras endebles, o construidas a destiempo, o al revés, o sin los necesarios cimientos, o con materiales de segunda, con varillas defectuosas o cemento poroso.
Por eso, después, así les va.
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