El niño que era hombre

Mario Castillejos
en CANCHA


Para intentar ser hombre, primero hay que saber ser niño.

La muerte es tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja. Por desgracia, no todos gozan de semejante privilegio.

Un día de verano del 2011, caminando por un centro comercial, una adolescente me abordó con la intención de revelarme un secreto.

En esta profesión no es extraño que los actos íntimos de

los jugadores, por lo general efectuados en lugares públicos, lleguen al conocimiento de la prensa por el testimonio de sus testigos.

Tan pronto accedí a escuchar a la joven, ella se identificó como una voluntaria que trabajaba en su tiempo libre asistiendo niños en etapa terminal. En ese momento, la joven de los "piercings" empezó a captar mi atención. Lejos de juzgar su facha, empecé a conocer sus sentimientos. Me contó que no hace mucho, un niño de 9 o 10 años, desahuciado por la leucemia, les había pedido a sus papás conocer a su ídolo, un famoso futbolista de la ciudad de Monterrey.

Los padres conscientes de que ésa podría ser la última petición de su hijo, acudieron a la asociación donde trabajaba la joven para que les ayudara a localizar al jugador.

La encomienda tardó algunos días, pero tan pronto se pusieron en contacto con él, éste no vaciló en aceptar la invitación.

Para ese entonces, los doctores ya habían avisado que el deceso era cuestión de días. El jugador, consciente de la situación, llegó a la habitación del hospital para encontrarse con un niño de semblante pálido que ocultaba su deteriorado estado bajo las sábanas de la cama.

Vestido de manera urbana, el jugador se quitó la gorra para mostrarle su rostro. La mirada del niño repasó a la visita de los pies a la cabeza hasta que identificó al personaje.

Los padres que aguardaban desde la puerta entre abierta, daban fe de la alegría que desde hace mucho tiempo no mostraba su hijo. En ese momento, el primer contacto verbal se dio: "¿Cómo estás?, soy Walter Erviti".

El niño estiró su mano hasta donde su estado le permitió para tocar a su ídolo. Durante las siguientes horas, las manos permanecieron unidas para no separarse más. El niño pasó de la alegría a la tranquilidad del sueño del que ya no despertó.

De esa manera, de la mano del jugador, el niño falleció.

Erviti pidió a sus familiares nunca revelar los acontecimientos. La voluntaria de los "piercings", convencida de que una escena tan noble no debería quedar en secreto, rompió la promesa para divulgar la historia.

Walter Erviti vivió en Monterrey seis años, tuvo dos hijos regiomontanos, jugó para Rayados 215 partidos, marcó 18 goles y fue campeón de Liga en el 2003, pero su corazón pocos lo llegaron a conocer.

El sábado tendrá en el BBVA un partido de homenaje con el club Rayados, su familia, amigos y toda la afición.

PD.- No hay club que pueda sobrevivir sin aventura, lucha y proezas, ni afición capaz de expansionarse sin ídolos. Todo se va a la deriva cuando faltan ambas referencias.

Gracias por siempre, Walter amigo.

Lo escrito, escrito está.

(Esta columna se publicó en CANCHA en el 2008).

 
Twitter: @castillejos_m