La Selección es como una llamada a misa: cada quien tendrá diferentes maneras de atenderla, valorarla y apoyarla, según su propio dogma de fe.
El Tri no es un elemento patriótico o por lo menos nada de nuestra soberanía ni valores nacionales se salva si gana, pero tampoco se van al barranco cuando cae.
El ser humano está diseñado para ver blanco o negro. Cuesta trabajo mirar los matices que ofrecen algunas cosas y el futbol es una de ellas. La Selección no lo es todo, pero tampoco es nada.
Sin que se esté apostando algún valor patrio, el Tri nos representa futbolísticamente como país. De la importancia que cada quién le dé a este deporte se derivará el sentimiento que inspire o deje de inspirar en cada corazón.
Entonces hay varias maneras de ver y sentir al Tri.
Si Jorge Luis Borges organizó una célebre cátedra en Buenos Aires a la hora en que Argentina jugaba la Final del Mundial 78 en el Monumental de River, contra Holanda, para demostrar con desdén que el mundo sigue girando mas allá del futbol, en México habrá gente que ni sepa, le interese o le mueva saber que este viernes hay partido en el Azteca contra Costa Rica, y que en ese partido se juega una parte de las aspiraciones mexicanas para asistir a otro Mundial.
Hay quien ve a la Selección como parte de su ánimo. Es un gran motivo de festejo, celebración y catarsis cuando gana partidos importantes. Y una razón sólida para caer en la depresión y faltar al trabajo si los holandeses, con un penal que científicamente nunca comprobó su autenticidad, eliminan a los verdes del Mundial mas soñado.
El Tri tiene el ensueño por encargo: que gane por quien no lo puede hacer en la vida diaria, sea en nuestro complejo país o en el del norte, donde hay que tener cada vez mayores motivos de orgullo que hagan al pueblo inmigrado menos vulnerable moralmente.
La parafernalia mediática, las multitudes que llenan el estadio, los grupos sociales que se reúnen frente al televisor hacen diferente el día de juego porque se sienten representados en mayor o menor grado. Eso es un valor en estos tiempos en que es tan difícil tener modelos que sean capaces de decir algo por nosotros.
Eso implicaría apoyar los 90 minutos al equipo, pase lo que pase, y comprender que a veces se pierde.
Pero es precisamente por esa representatividad que duele tanto la derrota: se abuchea porque la esperanza, del mismo tamaño que la necesidad emocional ha sido traicionada.
El Tri es un pequeño reflejo de muchos de nosotros, pero en pantalón corto. Es un retrato que juega.
El viernes, por eso, será un día diferente.
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