Ayer, como podía suponerse, la Selección Mexicana se impuso a su "similar" de Honduras.
Simple y sencillamente plasmando en la cancha la diferencia de niveles, sin mayores dificultades los tricolores supieron generar, y concretar con dos magníficos goles, un inobjetable 2-0.
Pero más allá del flojo partido y del previsible resultado, lo increíble es que a eso, a un simple resultado de un partido de futbol, se le otorgue tanta importancia.
En México, en Honduras y en todo el mundo, suelen ser excesivas las reacciones en torno a lo que no deja de ser solamente un juego.
Pero sobre todo en la concakafkiana zona se producen esos excesos cuando de los máximos representativos del propio futbol se trata, excesos específicamente alimentados por la ignorancia y la tradicional confusión entre Patria y Selección.
Algo que ayer quedó por enésima vez confirmado con el generalizado abucheo hondureño al himno mexicano (¿por qué esa injustificada costumbre de los himnos en partidos de futbol?), más o menos como en el Estadio Azteca los aficionados mexicanos abuchean cuanto himno extranjero les ponen enfrente.
Decir que son muy modestas Selecciones como la de Honduras, la de El Salvador o la de Guatemala, a pesar de que lo de "modestas" suele ser un eufemismo utilizado para no decir abiertamente que son malísimas, es tomado por la mayoría de hondureños, salvadoreños y guatemaltecos como todo un insulto para el propio país entero.
Y lo mismo sucede con cientos de miles de mexicanos que al hablar de su Selección se envuelven en la bandera y ven casi casi como enemigo de la Patria a quien ose criticar al sagrado conjunto tricolor.
¿Y si en cada uno de los respectivos pueblos se elevara un poquito el nivel educativo?
Sólo entonces podría iniciarse la urgente tarea de erradicar ese ridículo y subdesarrollado patrioterismo futbolero.
A ver cuándo.
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