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Y 100 años más tarde...
Jorge Valdano | 08-06-2019
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EL PAÍS INTERNACIONAL
 
Es mejor que te griten "hijo de puta" que "vete a fregar". Porque el insulto está incorporado a la liturgia futbolística y es un gaje más del oficio; en cambio la recomendación lleva implícita una expulsión. Las dos cosas están en la naturaleza misma del futbol: el insulto porque es macho y el paternalismo porque también es macho. Tuvieron que pasar más de 100 años para que el futbol femenino consiga salir de las trincheras, acompasando un movimiento reivindicativo en favor de la mujer que ya es imparable.

El futbol no es un sitio menor para dar la lucha porque ha sido siempre, como quedó dicho, un símbolo de la masculinidad que levantó barreras culturales construidas sobre rancias tradiciones que cada tanto, como estamos viendo, vuelven a la escena política. Al teatro político. Da vergüenza comprobar que el fenómeno popular más grande que existe ha prescindido de las mujeres durante más de un siglo, lo que obliga a preguntarnos: ¿qué entendemos por fenómeno popular si barremos a media humanidad por la fuerza de un prejuicio?

El futbol nació durante la revolución industrial para entretener, y controlar, el ocio de los trabajadores. Si el trabajo era cosa de hombres, el futbol también. Pero durante la Primera Guerra Mundial decenas de miles de mujeres fueron empleadas en la industria armamentística y ellas también encontraron en el futbol la posibilidad de entretener las horas de descanso. Cada industria tenía su equipo y hasta nacieron clubes femeninos que, en Inglaterra, competían en partidos nacionales e internacionales ante decena de miles de aficionados.

Sabemos poco de esa historia. Cuando terminó la Guerra, los hombres que sobrevivieron volvieron al trabajo, las mujeres a hacer hijos por mandato patriótico y el futbol se convirtió en un peligro oficial para la integridad física de las futuras madres. Hasta el punto de que la Federación Inglesa, el 5 de diciembre de 1921, prohibió a los clubes que prestasen sus terrenos, así como cualquier asistencia técnica o arbitral, a los equipos femeninos. Esa arbitrariedad se prolongó hasta 1965.

Pero aquí están, 100 años después, iluminadas otra vez por unos focos que prometen un renacer definitivo, para protagonizar el campeonato por excelencia: un Mundial. También, para recordarnos que aún existe la discriminación y la lucha por superarla. Y, sobre todo, dispuestas a que llegue el añorado momento de la normalización, cuando la santa afición tenga a bien llamarlas solamente "hijas de puta".

 
 
 
 
 
 
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