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Sigue siendo el rey
José Pablo Coello | 05-02-2019
en CANCHA
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El 27 de enero de 1991, los Gigantes se enfrentaron a los Bills en el Super Bowl XXV. Aquella escuadra de Búfalo tenía una ofensiva temible que, de la mano del esquema "K-Gun", había revolucionado a la NFL. Jim Kelly, Thurman Thomas y Andre Reed eran las tres figuras más emblemáticas de aquella unidad, que con 428 puntos totales, se convirtió en la mejor de la Liga. Aquella noche en Tampa Bay, Bill Belichick tenía apenas 38 años y fungía como coordinador defensivo de Nueva York, bajo las órdenes de Bill Parcells. El plan de juego de la defensa fue diseñado para confundir a Jim Kelly con constantes modificaciones y la presencia de hasta seis jugadores en la defensa secundaria, además de presionar y golpear cerca de la línea de golpeo a los veloces receptores de los Bills. El duelo terminó con un triunfo dramático de los Gigantes y el plan de Belichick está hoy en el Salón de la Fama.

Desde aquel momento, Belichick fue reconocido como una de las mentes defensivas más brillantes en el negocio. Y aunque han pasado casi tres décadas, lo acontecido el pasado domingo confirma que el entrenador en jefe de los Patriotas sigue teniendo el antídoto perfecto para los esquemas ofensivos más sofisticados.

Los Carneros, como aquellos Bills de la temporada de 1990, llegaron al Super Bowl de la mano de una ofensiva muy versátil y explosiva. Con más de 500 puntos totales y un promedio de casi 33 unidades por encuentro, el equipo de Los Ángeles se presentaba en Atlanta como un reto formidable para el entrenador de Nueva Inglaterra y su grupo de colaboradores. Y es que Sean McVay, quien, a pesar de su juventud e inexperiencia, había creado un esquema muy difícil de diagnosticar para sus rivales, parecía tener argumentos para complicarle a la defensa de Brian Flores.

Sin embargo, Patriotas ejecutó a la perfección un plan de juego, cuyo objetivo fundamental fue dominar las trincheras para nulificar el ataque terrestre de los Carneros. Esto obligó a Jared Goff a lanzar más de lo deseado y en situaciones de largo yardaje, lo que provocó que el joven mariscal de campo fuera presionado de forma constante. En pocas palabras, Belichick "puso el partido en manos de Goff" y ganó la partida con claridad. La intercepción de Stephon Gilmore, cuando Los Ángeles amenazaba con empatar el marcador en la recta final, fue la culminación de una noche negra para Goff y McVay, quien reconoció que había sido superado en el duelo estratégico por su contraparte.

Más allá de que él insista en darle todo el crédito a sus jugadores, la leyenda de Bill Belichick sigue creciendo. Sean McVay nos ha dejado claro que tiene mucho que aprender antes de que podamos considerarlo el sucesor de un hombre que, a pesar de su edad y de sus múltiples logros, se mantiene vigente y, lo más importante, con una increíble hambre de triunfo.

 
@JosePabloCoello
 
 
 
 
 
 
 
 
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