No obstante que los nuestros fueron eliminados, terminamos presenciando la mejor demostración de una Selección Mexicana en Copa del Mundo, y lo digo con plena sinceridad: dichosos todos los que apoyaron a ciegas las atrevidas promesas de Miguel Herrera.
A lo largo de estos extraordinarios cuatro partidos también aprendí que para subsistir en un país tan ingrato es indispensable creer en algo. Sin fe, ¿quién puede comprender el significado de la vida humana?
El futbol es injusto y, por más tecnología que pretendan implementar, mientras lo sigan jugando humanos, seguirá siendo así.
¿Que Robben engañó al silbante portugués Pedro Proenca?
Tan es cierto como que el mismo holandés lo aceptó: "Lo siento por el buceo" (Sorry voor schwalbe).
¿Que no se decretó un penal en la primera parte a favor de Holanda donde se fractura Moreno?
También es cierto.
Pero independientemente del trabajo arbitral, aceptemos que del minuto 50 al 93, con el 1-0 en la bolsa y las condiciones climatológicas a nuestros favor, sólo el equipo naranja mandó en la cancha.
Lo que ayer vimos es la diferencia "mínima" que hay en todo desafío de alto rendimiento. Son los segundos en la Formula 1, el milímetro del salto de altura, la centésima de los 100 metros planos.
Pudiese parecer poco, pero es una gran diferencia cuando siempre son esas pequeñas medidas las que separan a los ganadores del segundo lugar.
Me quedo muy satisfecho con lo mostrado en Brasil y con la euforia de Herrera en la victoria, aunque me gustaría verlo comportarse como Del Bosque en la derrota.
Me quedo con el colorido y buen humor de los mexicanos que viajaron hasta allá. Me quedo con el grito de "puto" que ya internacionalizamos y, por último, me quedo enalteciendo, en apego a nuestra idiosincrasia, esta nueva derrota. ¿Y usted?
Lo escrito, escrito está.
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