Vuelve a convertirse en tema "futbolero" principal el asunto del famoso grito contra el portero visitante.
Con el inevitable veto al Estadio Jalisco, que en su siguiente partido el Atlas sólo podría utilizar a puerta cerrada, inicia una nueva historia que seguramente contará con varios capítulos protagonizados por el susodicho y deleznable grito.
Grito para nada "homofóbico" aunque así lo perciban en la FIFA; pero sí borreguil, ofensivo, de muy mal gusto, indicio irrefutable de la escasa educación de quienes alegremente lo profieren desde la impunidad de la muchedumbre.
Un grito que está muy lejos de ser "ingenioso", porque el cuestionable ingenio pudo tenerlo en su momento el ocurrente que por primera vez lo profirió para tratar de molestar al portero del otro equipo, y no la borregada que desde entonces ha seguido haciéndolo con floreciente entusiasmo.
¿Sería mucho pedir que al momento de esos despejes se coreara al unísono el nombre o el apodo del propio equipo sin meterse con el portero adversario ni con jugador alguno?
Aparentemente sí, sería mucho pedir, considerando el bajo nivel educativo del grueso de los aficionados, enfebrecidos seguidores de los distintos equipos.
En el patético caso de este grupo "animador" de fanatizados atlistas, entre ellos no encontraron mejor forma de tratar de digerir la derrota que su equipo estaba sufriendo, que la de recurrir una y otra vez al prohibido grito, sin importarles un ápice las llamadas de atención, la interrupción del partido y la amenaza de suspenderlo.
Para colmo de males, al capitán del equipo se le ocurrió ir a "dialogar" con uno de los líderes de ese exclusivo conglomerado de aficionados rojinegros, a quienes de esa manera se les otorgó y se les otorga una importancia que no tienen ni deberían tener.
O que sí la tienen, quizá, de acuerdo a la visión centavera de los dirigentes, que en algunos casos siguen viendo a dichas barras y a sus enfervorizados integrantes como parte primordial del negocio; por el grado en que consumen -y sobre todo hacen consumir a muchos más- ese generoso producto llamado FUTBOL, con todo lo que lo rodea, lo envuelve y lo encarece para los consumidores, para así convertirlo en el suculento negocio que para los dueños del balón representa.
Ahora, con este reglamentario y merecido castigo, con el veto de un partido, lo que queda por verse es si los propios dirigentes del Atlas son capaces de actuar en consecuencia y de entrarle en serio a la búsqueda de la solución de este desbordado problema.
Empezando, por ejemplo, con impedirles permanentemente el ingreso al estadio a quienes provocaron el castigo recibido; es decir, a los integrantes de esa barra, a la barra entera.
Porque no hay de otra. Mientras no sean erradicadas esas nocivas barras y mientras no contemos con una aplastante mayoría de aficionados debidamente educados, nada mejor que el veto para acabar con el grito.
Y ustedes, estimados lectores, ¿cómo acabarían con él... y qué tan fuerte y con qué frecuencia lo gritan?
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