Pumas es un club distinto, y aunque suene a cliché, es una realidad.
Como institución sustenta su grandeza en una filosofía de formación. El Olímpico Universitario fue cuna de leyendas como Hugo Sánchez y Jorge Campos. Lamentablemente, la identidad que forjaron se ha convertido en un conflicto que enfrenta dos formas de entender sus colores.
Los viejos fanáticos apelan a la nostalgia y exigen que la cantera mate cualquier cartera; por otro lado, los más jóvenes piden a gritos jugadores como los que los enamoraron por primera vez, sin importar que el precio sea sacrificar su tradición.
Ares de Parga prometía dar gusto a todos, sin embargo no puede esconder los malos resultados. Pumas dejó de ser ese depredador que mordía cada espacio para caer en el papel de presa, y el problema, es más de fondo que de forma.
El patronato parece obsoleto, pero lo venden como la única forma en la que pueden coexistir la UNAM y el equipo. En Rectoría, el último rugido de auxilio pide una idea revolucionaria, que rompa esquemas y regrese la comunión entre su afición. Al final del día, como dice Valdano: "el futbol es un juego infinito" y tienes que adaptarte, pero hasta que eso pase, en CU seguirán estando entre la garra y la pared.
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