Lo único que tal vez no se ha escrito sobre Pelé es lo que quienes lo vimos jugar supimos lo que eso era.
Por lo tanto, este inmortal que se convertirá en octogenario a partir de mañana, no da para inventar nada: todo lo creó él.
"O Rei" ganó tres Copas del Mundo y casi todos los trofeos que pusieron al Santos en el mapa.
Pateaba de zurda, de derecha, cabeceaba, driblaba, tenía velocidad de ratero en patines, le daban patadas, las contestaba y además tenía un cuerpo más atlético que el de Messi y Maradona, sus grandes contendientes por el título de todos los tiempos.
El 18 de julio de 1971, en el Estadio Maracaná, a los 30 años de edad, le dijo adiós a la Selección de Brasil, con la que debutó en Mundiales siendo un niño de 17.
"Hay que irse cuando el público quiere que te quedes, no cuando ya no te quiere ver", dijo tras un partido amistoso contra Yugoslavia, en uno de los días mas tristes del futbol mundial. Su cuenta quedó en 92 partidos con el Scratch y 77 goles.
Nadie podía creer que Pelé se fuera cuando pudo haberse mantenido.
Pero venía de tener el Mundial de su vida en México 70, donde fue elevado a deidad por todos aquellos a los que, como al que escribe, reclutó para siempre en las filas del futbol.
Pelé le regaló a Gordon Banks un remate al que se llamó la atajada del siglo, a Mazurckiewicz le hizo la finta del siglo en un gol que se hizo más famoso por no entrar, y a Carlos Alberto le dio el pase del siglo para cerrar en cuatro la cuenta contra los italianos en la memorable Final del estadio Azteca.
Político, actor, ciudadano del mundo, cometió dos pecados que Brasil tal vez le perdonó ya.
Uno, haberse negado a ayudar en el Mundial de Alemania, pero haber aceptado la oferta irresistible del Cosmos de Nueva York de tres millones de dólares de contrato.
El otro, haber prestado sus servicios a la candidatura de Estados Unidos para el Mundial del 94 y no a su país, que era uno de los competidores por la sede.
Pero Pelé ya era parte de Warner Communications y alumno destacado de Henry Kissinger, quien enseñó a ese personaje del pueblo de Tres corazones en Brasil, a enfrentarse con soltura en cualquier parte del mundo.
Pelé se dejó asesorar y entrenó más para la vida que para el futbol: se convirtió en un gran hombre de negocios.
Las generaciones de futbolistas posteriores a él tendrán que agradecerle que reivindicó una profesión que devaluaba a quienes la practicaban.
El futbolista ya no fue a partir de él sinónimo de ignorancia, desgracia y abandono o de amigos que desaparecen cuando se pulveriza la fortuna mal gastada.
Por lo menos es una gran referencia.
A los 80, con una salud que flaquea, sigue siendo el rey que ha portado con orgullo la pesada corona que le acompaña.
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