Siguen los equipos mexicanos consistentes en su irregularidad, regulares en su inconsistencia.
De una jornada a otra la mayoría deambula entre las convincentes actuaciones y las pobres exhibiciones.
Una evidente inestabilidad en el funcionamiento colectivo que tiene su origen en el inestable desempeño de las individualidades.
Innumerables jugadores que no garantizan en cada partido un mínimo de rendimiento, quizá porque en algunos casos el nivel de profesionalismo no es el adecuado, ya no digamos el óptimo.
Escasea, particularmente entre los futbolistas de estos lares, la plena consciencia del enorme privilegio que ostentan y el total compromiso que por lo tanto deberían asumir dentro y fuera de la cancha.
Mucho podrían aprenderle, por ejemplo, al mundialmente llorado Kobe Bryant, cuya muerte acaba de sacudir al planeta deportivo entero.
Si en cierto sentido toda muerte es prematura, lo es especialmente la de un joven deportista de tal dimensión, apenas retirado en abril de 2016.
Por no hablar de su hija Gianna, de 13 años (destinada a convertirse en brillante exponente del baloncesto femenil), y de las demás personas cuya existencia llegó a su fin al producirse el fatídico accidente.
La inquietante precariedad de la vida trágicamente exhibida, por si se nos había olvidado.
Tan precaria entre los ciudadanos comunes y corrientes como entre las rutilantes estrellas del deporte, del cine, de la farándula y de donde sea.
Para la mayoría de los profundos conocedores de esa materia, Kobe Bryant está sólo abajo de Michael Jordan en la historia del basquetbol.
De ese tamaño fue la figura y así de impactante es la abrupta despedida.
Entre otras cosas, queda como legado el excelente cortometraje ganador de un Oscar en 2018, Dear Basketball, en el que Kobe Bryant deja fielmente plasmado su agradecimiento para el basquetbol, un deporte que a él le dio mucho porque él le dio todo, teniendo tanto qué darle.
Pero quedan, sobre todo, las grandiosas imágenes de su desenvolvimiento en las distintas duelas (simplemente increíble, maravilloso, el video que tanto ha circulado con las innumerables anotaciones de Bryant y de Jordan, unas como perfectas y asombrosas copias de las otras), como máxima expresión de lo que es capaz de realizar el ser humano pleno dominador de una actividad deportiva.
Muy pocos en cada deporte, por supuesto, nacen con ese don como misterioso regalo, con esa pasmosa facilidad que después son capaces de desarrollar para elevarla a dimensiones inusitadas.
Pero cada deportista profesional, con lo mucho o poco que tenga, está obligado a ofrecer a tope lo que pueda (y más le vale), sin escatimar un ápice de su esfuerzo.
Porque nadie sabe cuánto tiempo le queda en el juego, como no sabemos cuánto nos queda en la vida.
Si nunca sabemos lo que dura nuestro siempre, nada más sensato que disfrutarlo a plenitud, cada quien como pueda de acuerdo a lo que cada cual haga, tenga y sepa.
Como basquetbolista, como futbolista... y más allá de cualquier deporte.
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