Mucho tendrá que hacerse para que el futbol renazca de manera sustentable.
Otros sueldos, otras cantidades, otras costumbres. Renegociar o ajustar contratos con jugadores, con directores técnicos, con patrocinadores y televisoras. Ir paulatinamente poniéndole precios y números razonables al nuevo producto, tan distinto al anterior.
Un generoso producto llamado FUTBOL, que seguramente no contará con gente en los estadios por lo que resta del año. Ni en México ni en gran parte del mundo.
Y ahora, para colmo de males en la vapuleada Liga MX, a la incertidumbre sobre el futuro de nuestro futbol se le añade el nada celeste caso de los dirigentes del Cruz Azul, largamente cuestionados y hoy por hoy acorralados y con sus cuentas congeladas por la UIF, la Unidad de Inteligencia Financiera.
El tufo de corrupción siempre latente, merodeando amenazador por los entresijos de la estructura cementera; intestinas luchas entre cooperativistas y los Álvarez, pero también entre la propia familia, entre los hermanos y el incomodísimo cuñado. Como para espantar a cualquiera.
En estos momentos, sin embargo, hay un tema mucho más importante que todo lo anterior: la deseada recuperación de Benjamín Galindo.
Un legendario futbolista cuya sencillez como persona lo ha hecho ignorar una y otra vez el tamaño de esa leyenda.
En las canchas su calidad se imponía con tersura y sin aspavientos; y ya retirado de ellas, al platicar con nosotros no necesita restregarnos en la cara que fue un crack, quizá porque en el fondo de su arraigada humildad intuye que tal condición no podemos soslayarla quienes lo vimos jugar y siempre entendimos y admiramos la dimensión de su juego.
Un mediocampista que nunca perdía la compostura, con quien los balones eran a tal grado obedientes que no necesitaba esforzarse para realizar con facilidad y pulcritud, como si fuera un mero trámite o asunto dado por hecho, lo que en compañeros y adversarios requería de titánicos esfuerzos.
Su relación con la pelota era tan estrecha, tan íntima, tan permanentemente retroalimentada, que no le quedaba tiempo para pelearse con nadie.
Inusitada solvencia técnica y tranquila elegancia al servicio de una inteligente y serena visión de cancha. No le preocupaba lo que venía porque sabía lo que pasaba y lo que haría cuando le tocara.
Amplio dominador de ambas piernas, para pasar, para disparar de cualquier distancia, para ejecutar penales o tiros de castigo, para poner cada balón exactamente donde quería. Si alguna vez se quejó Dirceu de que por estos mexicanos lares él enviaba balones y le devolvían sandías, lo que Galindo hacía era transformar las rudimentarias pedradas en cariñosos bombones.
Primero esperemos que el grandioso futbolista salga airoso como persona del tremendo trance donde el derrame sufrido lo ha puesto, que ya después podremos volver a la "vieja y eterna normalidad" de nuestro futbol y sus peculiares dirigentes.
Unos más peculiares que otros y algunos más cuestionables que los demás; pero impoluto, impoluto, lo que se dice IMPOLUTO, probablemente ninguno.
¿O sí?
Twitter: @rgomezjunco |