Los mexicanos encontramos en la lucha libre el pretexto perfecto para desbordar en pasión, reclamar y castigar con el lenguaje florido que nos caracteriza, en una catarsis donde el blanco perfecto y esponja de este estallido son los rudos gladiadores que se juegan el físico en un escenario de seis por seis, que ha modificado sus características con el paso de los años, no solamente en lo físico, sino en la esencia misma del reflejo social.
A pesar de ser un deporte con violencia expuesta, golpes, llaves, groserías, mujeres en trajes diminutos, luchas mixtas, hombres exóticos besando a otros hombres, con todo y eso el deporte del costalazo es el espectáculo más familiar, cualquier padre de familia se siente más seguro al visitar una arena con sus hijos que ir a un estadio y sentarse a lado de una barra que puede tornarse agresiva.
Además, todo ese conjunto forma un pequeño refugio donde el machismo, el grito de puto, la rechifla y el piropo a las edecanes, la ovación a luchas de mujeres, pleitos de enanos, luchadores con el mote de "negro"... no ofenden a nadie dentro del recinto, todo el mundo sabe su papel dentro del templo luchístico y que al terminar la función quedará en la memoria que pudiste gritar lo que quisiste y nadie se sintió agraviado.
¡Que viva la lucha! ¡Que vivan las tradiciones! ¡que vivan los mexicanos!
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