Hace unos días, Juan Carlos Osorio se encargó de reabrir un tema que debería ser cerrado por los jugadores.
En una entrevista concedida a ESPN de Brasil, el ex director técnico de la Selección Mexicana manifestó, entre otras cosas, que antes del partido contra la escuadra brasileña -en la Copa del Mundo de Rusia 2018- les preguntó a sus dirigidos si estaban preparados para enfrentar a ese adversario, y que lo único que recibió como respuesta fue un completo, rotundo y generalizado silencio.
A la espera de la confirmación, la aclaración o la respuesta de algunos de los aludidos, lo que resulta indudable es que no fue cada uno de los jugadores, sino el equipo mexicano como tal, el que llegó a ese crucial partido sin estar debidamente preparado.
Una magnífica generación de futbolistas mexicanos fue lamentablemente desperdiciada en un largo proceso que falló de principio a fin en lo esencial: alcanzar la indispensable eficiencia colectiva para así competirle a rivales de mayor riqueza en individualidades.
Si como conjunto no sabes a qué juegas y los de en frente son mejores, juegan contigo. Y tras el trabajo mal hecho, la revisión desaseada en el afán de soslayar la responsabilidad evidente.
Es cierto que para avanzar resulta indispensable revisar a fondo cada proceso, desmenuzarlo, escudriñarlo. Entender qué se hizo bien y qué se hizo mal, por qué dicho proceso terminó por abajo de lo esperado o sí cumplió con las expectativas, por qué derivó en una buena Copa del Mundo, en una decepcionante actuación o en un rotundo fracaso.
Con diagnósticos inteligentes y certeros, informes transparentes y a tiempo, en el lugar adecuado y con los interlocutores idóneos, algo podría aprenderse de cada ciclo mundialista y aprovecharse para el siguiente.
Pero no como lo hizo Osorio, con ese "diagnóstico" 2 años tardío y fuera de lugar porque se produjo ante entrevistadores brasileños, obligatoriamente entrecomillado porque es obvio que ni a diagnóstico llega.
Así, a posteriori, se escribió otro capítulo del anterior y fallido proceso mundialista de la Selección Mexicana, desperdiciado porque Osorio no supo aprovechar a cabalidad el material futbolístico con que contaba, no a la altura del que tienen las grandes potencias, pero sí suficiente como para aspirar a competirles como los tricolores del 2018 no pudieron hacerlo.
A ver si pueden con Gerardo Martino, cuyo primer año fue alentadoramente distinto, sin invento alguno, ecuánime en su postura, sensato en sus decisiones y en su visión del juego; pero también, por desgracia, de aquí a Qatar 2022 con un margen de maniobra mucho más reducido en lo que se refiere a partidos de preparación, muy pocos de los cuales podrán realizarse ante auténticos sinodales que sirvan para medir los alcances de la escuadra mexicana y para acrecentarlos.
Y a ver, también, si en aras de enriquecer el último capítulo del anterior proceso en algún momento alguno de los jugadores aludidos y raspados se atreve a contradecir o clarificar algo de lo manifestado por el DT ex tricolor.
A ver.
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