Esta vez no hay lujos de por medio ni tentadores centros comerciales. Se ven lejanos aquellos tiempos donde una "concentración" de Selección Mexicana se convertía por la tarde-noche en pasarela de última colección.
Abundaban los permisos para que los jugadores salieran a distraerse siempre y cuando regresaran puntuales para la cena.
Largas filas de taxis se conglomeraban cercanas al lobby para llevarlos al mall más exclusivo. Muchos volvían, comenzando por el técnico, en aquel entonces, Miguel Herrera, con las yemas purpúreas por el peso de las compras.
Familiares, amigos, conocidos, aficionados, colados y demás desfilaban entre los sillones del hotel. Algunos se escondían entre la decoración para no ser descubiertos por los guardias de seguridad. Todos buscaban estar cercanos a los ídolos para conseguir la fotografía o la firma estampada en la camiseta.
Hoy, con Gerardo Martino, los tiempos han cambiado. Para él, entre más alejados de todo y de todos, mucho mejor.
No es la primera ocasión desde que asumió las riendas del combinado mexicano que el estratega argentino concentra a la Selección en sitios de escaso o nulo movimiento.
Ya sucedió en Chula Vista, California, cuando al comienzo de su gestión, optó por llevar al equipo a un complejo deportivo con accesos restringidos, sin suficientes comodidades, cuartos pequeños y televisores en salas compartidas.
La historia parece similar ahora en Morristown, New Jersey, donde México concentra de cara al partido frente a Estados Unidos.
Cualquiera pensaría que es un hotel para retiros espirituales. A la redonda, lo que visualmente tiene más vida es un cementerio. Vaya paradoja.
Por las noches, es una silenciosa cueva de lobos donde no transita nadie. Si acaso, algunas especies de batracios.
Seis o siete aficionados mexicanos rondando. No más. Los mismos que están desde el lunes cazando a los jugadores, son los mismos que todavía ayer esperaban ahí pacientes, para ver pasar a algún jugador.
Lo que no saben es que en los tiempos del "Tata" nadie sale y que hasta las cortinas del comedor se bajan para que desde afuera, desde el estacionamiento, los seleccionados no sean vistos.
Bastan unos 8 minutos para llegar al centro de Morristown, ubicado a unos 3 kilómetros del hotel. La calle principal, con algunos bares y restaurantes, parece sacada de una melosa película romántica norteamericana, de esas de no muy alto presupuesto.
Le heladería, la tintorería, la iglesia y una poco concurrida gasolinera con un par de bombas para despachar.
Así transcurren las horas que parecen eternas a las afueras de New Jersey a poco más de una hora y media de Manhattan. Martino le da sentido a eso que nos gusta pronunciar tanto a los reporteros: "el hotel de concentración".
Twitter: @CARLOSLGUERRERO |