Irle a un equipo no es una decisión fácil. Incluso, a veces, tú no eliges al equipo, sino que el equipo termina por elegirte cuando menos lo esperas.
Sebastián tiene siete años. Su alma es tan noble, que es feliz en cualquier lugar en el que estemos en familia.
Lo hemos llevado a diversos estadios para convencerlo de que le vaya a nuestros equipos. Su papá lo quiere en Cruz Azul; su mamá, en América y yo, su tía, en Pachuca. Se pone ese viejo short azul al que le cuelgan hilos y la camiseta blanca que apenas le queda. Se sienta con nosotros a ver los partidos; a los dos minutos se levanta y se va a su recámara.
Enciende su consola y pone el videojuego de futbol que tanto le gusta. Elige a su equipo; la elección le resulta fácil. Comienza el partido y grita cada jugada como si fuera el entrenador. Se lamenta cada que pierde el balón, pero estalla de emoción cuando la redonda le llega al delantero; la levanta y mete un gol de chilena.
"Le voy al Monterrey", asegura. "Funes Mori mete golazos de chilena". Repite estas dos frases a diario. No hay vuelta atrás. Lo que quizá no comprende es que fue él quien puso magia y Monterrey lo eligió.
¡Bienvenido seas a este maravilloso mundo! Déjate sorprender, grita con el alma cada gol, llora cada que tu equipo te falle, pero hazte un favor: nunca pierdas la pasión por lo hermoso que es el futbol.
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