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Ascensos de escritorio
Carlos 'Warrior' Guerrero | 14-06-2019
en CANCHA
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No soy partidario de que las decisiones se tomen en los escritorios y que el destino quede sellado y cerrado en el sobre de alguna oficina.

Cancha es cancha, y es ahí donde donde las hazañas deben gestarse, donde los ganadores deben ser recompensados y donde los caídos deben aceptar el daño.

Por azares de la vida, desde mi infancia atestigüé los sinsabores que acarrea el descender de categoría o el quedar a unos cuantos minutos de un anhelado regreso a Primera División. Lloré y vi a gente llorar de impotencia y frustración. Sé lo que se siente. Nadie me lo contó. Conozco ese enojo que se convierte en naufragio para el alma. Desolación al interior al saber que por otro año, será necesario sobrevivir en las pantanosas aguas de una división inferior. Ahí donde todo huele mal... ahí donde sólo hay olvido.

Aún así, las cruentas batallas de antaño por la permanencia en la Máxima Categoría arrojaban emoción y desprendían aromas de altísima expectativa. Aquellos años cuando no existían marcadores globales ni goles de visitante que valieran doble. Tardes de esquizofrenia futbolística donde sólo valía el triunfo.

Por esa vía, donde había poco margen de error, Atlas se salvó del descenso frente al Tampico Madero a principios de los años 80. El rojinegro ganó el primer juego en el Estadio Jalisco. Luego la Jaiba hizo lo propio en Tamaulipas. Debieron irse a un tercer partido de desempate. ¿El escenario? El Plan de San Luis, y ahí, Atlas volvió a ganar, aferrándose así a la Primera División.

Tiempo atrás, hasta Liguillas se escribieron donde los peores equipos en la Tabla General luchaban por la estadía. Era la única sensación de emoción que podían darle a sus aficiones equipos como Curtidores, Irapuato, Atlante, Torreón (y hasta Tigres que salvó la categoría en la campaña 76-77 ante Zacatepec).

Todavía recuerdo como si fuera ayer cuando Irapuato se fue tras un empate entre Morelia y Santos. Si los michoacanos conseguían la igualada calificaban y si los de La Comarca hacían lo mismo, se salvaban. Resultado: un cero a cero que envió a La Trinca directamente a Segunda División.

También durante 10 años vi el sufrimiento de la nobilísima afición de León que no veía la luz de retorno para su equipo. Una década debieron soportar de fallidos intentos hasta que, de la mano de Matosas, volvieron al Máximo Circuito ante Correcaminos en la noche más pasional que yo recuerde en el Nou Camp. Nada como un ascenso deportivo.

Hoy, ya no existe castigo para un proyecto fracasado. Con dinero en la bolsa es posible retirar los los clavos del ataúd y revivir al que había fallecido.

En códigos postales donde ni esperanza existía de Primera División, ahora es posible que llegue correspondencia con una carta donde se lee: "Bienvenido".

Así, nada más porque sí.

 
 
Twitter: @CARLOSLGUERRERO
 
 
 
 
 
 
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