Rayados fue mucho más consciente y responsable de lo que estaba en disputa. Le dio más importancia a su cuadernillo de obligaciones. Comprendió y asimiló todo lo que estaba ahí escrito. Memorizó virtudes ajenas y defectos propios. Estudio más y se preparó mejor.
En la obligación de no volver a perder, encontró ambición; en la necesidad de ganar, encontró compromiso; y en el fatídico recuerdo de aquella Final decembrina, encontró la suficiente hambre de venganza para levantarse de la lona.
Mientras que Tigres se embriagó de grandeza, Rayados desde aquel 2017 fue discreto, soportó señalamientos y burlas, supo callar y esperar. Fue paciente y se guardó hasta la anhelada revancha para retroceder como el mar, delirante y poseído, para sorprender en forma de tsunami.
Rayados sabía que debía vencerse a sí mismo. Que delante de ellos estaban sus propios fantasmas que tanto le han golpeteado el acero. Había que expulsar de por vida a esos demonios con la pócima de un título.
Y Rayados lo hizo. Demostró que el miedo irrita, pero no carcome desde el momento en que fue capaz de silenciar al temido Volcán.
Intrépido, voraz y valiente. En los 180 minutos, Rayados salió a cazar cual animal nocturno ávido de un trozo de gloria.
¿Y Tigres? Tigres perdió la memoria. O jugó a aparentar que se le olvidaba. Perdió las instrucciones en el momento - nuevamente - más inoportuno. Nunca sintió obligación ni temor de nada. Encaró la Final como un Clásico de jornada tres o un amistoso de esos que se disputan en terrenos neutrales.
Tigres sabía que perdiendo nada pasaría. Que simplemente la presunción acabaría más no la vida, no la historia. Y ahí, bajó la guardia. No quiso llevarse mortificaciones ni angustia a la cama en las noches previas.
Desde aquella declaración de Ricardo Ferretti de "para qué chin... jugamos", Tigres renunció voluntaria o involuntariamente a la extensión de una hegemonía. No le encontró valor ni necesidad a una guerra sin causa.
Rayados jugó como si no hubiera un mañana y sin pensar en la Liguilla. Tigres lo hizo como administrándose física y mentalmente para la Fase Final. Uno al 100 por ciento, el otro sin tirarse a fondo.
Me hubiera encantado ver más minutos a Gignac en la cancha. Sin estar en su mejor forma genera más impacto y futbol que muchos que dicen estar en condiciones óptimas. El francés comprende mejor que varios, el significado de un Clásico.
No queda más que seguir vibrando cada vez que estos dos poderosos del futbol mexicano se midan frente a frente. Está claro que se hacen un bien y que le hacen un bien a la industria del balompié nacional. Que juntos han crecido y se han potenciado.
Al Clásico Regio un nuevo capítulo se le ha agregado y somos todos afortunados al saber que, hay muchas páginas en blanco todavía.
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