Para qué sirven los triunfos en el deporte es una pregunta que tiene muchas respuestas.

La victoria invita a los niños a soñar con obtener las del futuro, a los ganadores les permite saber que el esfuerzo irrenunciable de quien se dedica a practicarlo a veces tiene dulces recompensas. A quienes pertenecen a ámbitos diferentes al deportivo, a tratar de ganar también en lo suyo porque cada medalla, cada triunfo, nos hace sentir un poco como quienes lo han logrado a nombre de los demás; representándonos a todos. Y queremos ser reflejo de ello.

El triunfo deportivo tiene un impacto en el humor social, y no solamente por la necesidad de tener distractores a los problemas de la Humanidad. También porque enaltece, mejora las conversaciones pesimistas durante un instante y finalmente, pone el ejemplo.

Se ha establecido siempre la diferencia entre el deporte masivo y el de alto rendimiento.

Pero sin el primero, no existiría el segundo.

Los ídolos no nacen del barro; no son un milagro. Algún día patearon por vez primera un balón, corrieron por un carril o se lanzaron a una piscina de agua helada para destacar sobre los demás y convertirse con los años en famosos que alimentaron la historia del deporte de su barrio, de su región, de su país.

La medalla de bronce en futbol habiendo vencido al futuro campeón en la primera fase también cuenta. Es parte del saldo impensado por unas autoridades que o subestimaron el potencial que tenía la delegación mexicana o simplemente lo ignoraban. Igual de grave es una que otra.

El pronóstico de las 19 doradas y una suma mayor al antecedente histórico de Guadalajara 2011, fue mucho más lejos que lo predicho. Y eso tampoco cayó del cielo.

Pocas semanas después de que Ana Gabriela Guevara anticipase que no sabía en ese momento si alcanzaría para pagar la luz en la Conade, las medallas llovieron haciendo un sonido semejante al de las maquinitas de Las Vegas: como si por azar, la suerte nos hubiera favorecido.

Las 136 medallas ganadas por México representan un igual número de esperanzas no solamente para cuando lleguen los Juegos Olímpicos de Tokio, sino por el futuro de las carreras de quienes han entregado su vida al deporte: atletas, sus familias, sus entrenadores, en algunos casos sus directivos.

El paso mortal hacia Japón es tremendo.

No hay alto rendimiento sin alta inversión; no hay resultados victoriosos si esos recursos prometidos -tomándole la palabra al presidente de la República- no son científicamente empleados. No hay futuro si solo nos vamos con las emociones del momento.

El deporte es parte de un proyecto de nación. Urgente por cierto, con los índices de obesidad que privan en México.

Los triunfos encienden los focos y pagan el recibo.

Que los responsables eviten que sean flor de un día.

 
Twitter: @FJG_TD