La Final de la Champions League es el cerrojazo a las temporadas de futbol de casi todo el mundo.
Es el platillo esperado, el más sabroso, con el que la afición se levanta de la mesa para digerir el año y comienza su impaciente espera por el que sigue.
La Final inglesa, replicando en nacionalidades la de Europa League, indica la supremacía de los clubes de la Premier en el concierto europeo y por lo tanto mundial. Las mejores figuras del planeta actúan en Europa y, salvo dos o tres de ellas que no militan en ella, la posibilidad de inversión y capitalización viven en la Isla.
El empaquetado de la Champions es lo más sofisticado que haya visto el futbol: echa a andar su enorme mecanismo de mercadotecnia, ha adaptado como su himno un arreglo orquestal clásico y tiene visibilidad en el planeta entero.
Cuando los contendientes saltan al terreno de juego para la Final, parecería que vienen del firmamento, que cada futbolista desciende de una nube diferente y el espectáculo trasciende sus características terrenales.
¿Cuánto hubiéramos estado dispuestos a dar usted y yo por tener un asiento en el Wanda Metropolitano para ser testigos de esta Final británica?
Pero cuando suena el silbato del árbitro, todo vuelve a su dimensión original en la que la avaricia, la especulación y los errores en pases de diez metros también tienen cabida.
Un penal marcado a los 22 segundos del inicio cambia totalmente el guion de la obra.
Como el gol es el táctico del partido según lo decía el recordado Carlos Miloc, la ventaja en el marcador hizo al Liverpool, tan tempranamente cerca de la gloria, dejar escapar los sentimientos más opuestos a su filosofía y la de su entrenador. Y entonces, se pusieron a defenderlo ante un Tottenham que parecía espantado tanto por ese gol, como por el escenario para el que originalmente no estaban convocados, pero que una Semifinal épica les hizo pisar.
La Final de la Champions fue casi como cualquier otro partido.
Con pocas llegadas, muchos errores, algunas oportunidades fallidas y un equipo jugado al ataque hacia el final sabiendo que igual empataba, que recibía el segundo como ocurrió.
Liverpool, con sus seis Copas de Europa, luce entre los grandes equipos de la historia.
Jurgen Klopp, ejemplar hasta en las excepciones, ha recibido una propuesta para mejorar y extender su contrato.
Su segunda Final europea, con la revancha tras la derrota del año pasado contra el Real Madrid, le hacen merecedor de todos los honores épicos...y económicos.
Liverpool fue mejor, ganó bien y lo dejó demostrado.
No podemos mentir ni usted ni yo: esperábamos un partido a la altura del paquete, del ornamento y significado. De la música celestial emanada del más puro firmamento.
Klopp y Ferretti dicen que las finales se juegan de otra manera.
El resultado les sonríe.
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