Hace tiempo no sentía así los latidos del Estadio Azteca. Fueron estridentes. Retumbaron por todo el País; de eso no cabe duda. Las pulsaciones estaban a tope en el graderío. Aquello fue un caldero con cánticos a punto de ebullición. En medio de las pasionales erupciones, América se vistió de gigante.
Se nota que planeó meticulosamente el partido y lo comprendió mejor. Fue consciente del qué pero sobre todo del cómo para llegar al objetivo. "Lo primordial es que no nos hagan gol, no recibir gol; los 2 que tenemos que hacer, llegarán", me dijo Santiago Baños mientras el equipo calentaba.
Al América todo le resultó conforme lo establecido. Lo único que alteró su guion y estrategia fue la lesión de Renato Ibarra. Por cierto, cómo cambió el equipo con su presencia. Le inyectó vértigo a la banda derecha. Enloqueció a Velarde cuantas veces quiso.
Con el chip de no recibir gol como principal encomienda, el cuadro de Herrera fue ordenado y férreo cuando se trataba de cerrar espacios; contundente e intimidatorio cuando se encaminaban al marco de Sosa. Jugaron por nota. Pagaron las deudas que dejaron pendientes en el juego de ida.
Córdova fue utilizado como lateral por izquierda ante la suspensión de Sánchez y la poca experiencia de Vargas. Lo hizo tan bien que lució por momentos como si fuera un especialista de la posición.
Henry Martín está convertido en un ferrocarril. Por alguna extraña razón no tiene los reflectores que debería acaparar. (Tampoco los necesita). Juega de poste, de 9, de nueve y medio. Es músculo puro, vitamina y turbina. Y qué decir de Viñas, mucho más que el simple talismán que todo equipo requiere. Otro toro, otro tanque de guerra.
Después del 2-0, Monarcas no supo cómo reaccionar. Se fue asfixiando dramáticamente. El Azteca los martilló. Conforme avanzaban los minutos, los michoacanos perdían centímetros y lucidez ante el monstruo amarillo de 80 mil espectadores. No ganaron en los duelos individuales, se abrumaron, colapsaron, perdieron la memoria, olvidaron el instructivo del buen futbol en el Morelos. Dejaron de aparecer los Flores, Mendoza y Sansores. Aristeguieta no podía solo. La lesión de Millar también afectó, Osuna entró pero no jugó.
La pelota les quemaba, nadie la quería. Los inquebrantables como Sosa, Achilier, Rocha, sufrieron espasmos de nerviosismo. Luego se hizo una epidemia. Contagio total de desánimo y descontrol.
A Monarcas, a diferencia de América, le faltó una lección más de matemáticas para comprender lo que debía ser prioridad. Guede, a pesar de la gran campaña, se guardó demasiado los cambios. Ajustó y reforzó su ataque muy tarde. Tenía para recibir un gol más que habría sido anecdótico. No pasaba nada si América les hacía el tercero. Era uno el que necesitaban.
Lezcano y Ferreira entraron cuando ya la ansiedad era mucha y escasos los minutos por jugarse.
Mención especial para el arbitraje de Santander, sus asistentes y para el VAR. No hubo margen ni para la polémica. América avanza merecidamente dejando una estela de grandeza que deberá durar 17 días mientras llega la Final.
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