Alrededor de las 11 de la mañana del martes, el entrenador del Toluca, José Saturnino Cardozo, no tuvo empacho en pisotear los pocos detalles de espíritu deportivo que existen en nuestro País cuando respondió: "El pasillo, que lo haga su gente, no somos barristas de Tigres".
Dos horas después, otro miembro de la alcurnia dominante del futbol mexicano, Andrés Fassi, flagrantemente impulsó la desigualdad de trato sobre el individuo, al proponer limitar la participación de mexicanos naturalizados (como si éstos fueran ciudadanos de segunda clase) bajo la hipotética tesis de que así se mejorará la calidad de los desamparados futbolistas engendrados en vientres de madres aztecas o nacidos en territorio nacional.
Semanas atrás, platicando sobre el mismo tema con el presidente de la Liga MX, Enrique Bonilla, volví a confirmar que los federativos se aferran a comportarse como una secta irresponsable en materia de los derechos humanos.
Bonilla pretendió matar el debate con el siguiente ridículo argumento: "Nosotros podemos hacer lo que queramos, de la misma manera que un exclusivo club de golf".
¡Chúpale, pichón!
Cualquier semejanza a organizar una orgía con el supuesto fin de recaudar dinero para ayudar a los niños desamparados es mera coincidencia.
Paradójicamente, dos de los personajes arriba mencionados no nacieron en México; uno de éstos es miembro importante de la llamada "Universidad del Futbol" y el flamante presidente de la Liga posee cédula profesional como licenciado.
¿Pero, la Liga MX puede limitar el número de mexicanos por naturalización?
Según nuestra Constitución -que no es un reglamento menor, Capítulo I, De los Derechos Humanos y sus Garantías, dice: "Queda prohibida toda discriminación motivada por origen étnico o nacional, el genero, la edad, la condición social, la religión, las opiniones, las preferencias sexuales, el estado civil o cualquier otra que atente contra quien tenga por objeto anular o menoscabar los derechos y libertades de las personas".
Y tan lo saben que delinquen bajo el famoso "Pacto de Caballeros".
¡Qué desvergonzados!
En cuanto al "no pasillo", yo me pregunto: ¿apoyará don Valentín Díez el desdén que anticipó su entrenador?
Porque Cardozo está muy lejos de ser el dueño.
Evidentemente, no es una obligación hacer el pasillo y toda persona tiene derecho a su código ético, y, si lo viola o no, es algo que debe dirimir con su conciencia.
El pasillo, lejos de ser una vil coreografía, es un gesto de reconocimiento hacia un competidor que fue superior a todos. Este acto, lejos de humillar, engrandece. ¿No cree usted?
PD. A los directivos, quienes no son muy diferentes a los gobernantes, sólo les interesa que prevalezca un tipo de periodistas: los que no cuestionan ni incomodan al poder.
Lo escrito, escrito está.
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