Me refutaron que por qué había calificado de "dolorosa" la derrota de Rayados. Sinceramente, no puedo concebirla de otra forma.
En el mundo del futbol no existe la caída gozosa o alegre y mucho menos reconfortante. Dolió mucho, duele todavía y dolerá un buen rato por el amargo instante en el que Firmino sepultó la esperanza.
Rayados había hecho un partido perfecto hasta el minuto 90. Lució, tuvo presencia, jamás un instante de pánico escénico; compitió, confundió y desesperó a uno de los mejores equipos del planeta. Lo había hecho todo bien.
El oportuno y rebelde gol de Funes Mori impidió lo que muchos creían llegaría: una estrepitosa goleada. Por el contrario, Rayados tras el empate se creció y se dio cuenta que lo impensado era posible. Que la lejana probabilidad estaba ya en el retrovisor.
Se apoderaron mentalmente del juego poniendo a prueba una y otra vez a Alisson hasta convertirlo en el mejor jugador del partido.
Si no eran los proyectiles de Pabón, era la bravura de Funes Mori. Si no era el poderío y empuje de Gallardo, era la chispa de Pizarro. Si no era la garra de Nico Sánchez, era la clase, la conducción y la calidad de Rodríguez. Si no era Vangioni, era la fina estampa del gigante Barovero.
No hubo quien desentonara. Todos armónicos. Una sinfónica de experimentados fue lo que tuvo bajo su batuta "El Turco" Mohamed.
Por las formas exhibidas tan gratas, por el futbol desplegado en un duelo de alfombra roja y por el tamaño de rival e individualidades, es que dolió, duele y dolerá. Tan simple de entenderlo porque el sueño a Rayados se le fugó en los últimos segundos, cuando parecía tenerlo atrapado.
Pero la aflicción, el desconsuelo, el tormento y la desazón que causó Firmino, se recompensa con el orgullo que debe sentir todo seguidor de Rayados. No creo que exista un solo aficionado que no haya sentido algo muy fuerte dentro de sí tras la presentación de su equipo. No tienen nada que reprochar a sus jugadores ni a su entrenador. Hicieron que Klopp conociera bien al Monterrey.
Dirigencia y cuerpo técnico han tomado la más inteligente de las decisiones. Es momento de pensar en el América, en la Final que les está aguardando. No había razón para dejar al equipo en Doha y enfrentar con un once de gala al Al-Hilal.
Era Flamengo o no era nada. Y al no ser Flamengo es el América en quien deben pensar.
Y no es que Rayados menosprecie o deshonre la competencia internacional. Simplemente tiene la bendita oportunidad de resarcir el dolor y demostrar que de la lona es posible levantarse. Que nada está acabado mientras un corazón siga latiendo y que nada está destruido mientras una piedra se mantenga firme. Y eso, a Rayados le sobra.
Tiene a miles de corazones palpitando, alentando y una maquinaria cual catapulta para la siguiente batalla.
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