Es difícil desdecir el resultado, oponerse al que ganó un título más para sumar siete gracias a su brillante historia reciente. No se puede ir contra la poderosa corriente del triunfo obtenido en el partido decisivo.
La historia la escriben los vencedores. El marcador es un tirano y no hay voz que se pueda escuchar mas alta que la suya.
Tigres sabe mucho de estas cosas y se comprueba que los partidos importantes los ganan los jugadores que también son importantes. Que la experiencia no está de balde y la construcción de un plantel superlativo en inversión y trabajo generalmente entrega las mejores cuentas.
Para el equipo del "Tuca", el trámite no fue sencillo.
Sufrió, apretó los dientes, se organizó para anular a sus adversarios y supo llevar en cada una de las tres eliminatorias hasta el último instante la decisión en final de fotografía, sí, pero siempre favorable.
Del otro lado, encontramos en la Final la contraparte de todo esto.
El equipo que deslumbró durante la campaña regular y que enamoró a su afición con un futbol lleno de movimiento, magia y goles, llegó apagado a las dos últimas instancias y anotó un solo tanto en sus últimos cuatro partidos.
Le alcanzó para llegar a la gran Final, pero con tan poca pólvora echada a perder en parte por el rival, no podía dar la vuelta olímpica. La faltó un golecito para saciar el hambre de un tribuna rugiente que también fue perdiendo volumen conforma avanzaba el tiempo.
Así pues, Tigres ejerció la antítesis del espíritu que creó las Liguillas en el lejano año 1971: si bien se diseñaron para premiar al que hace goles, trató siempre de favorecer el espectáculo y en general ha ofrecido los mejores partidos del año, tiene otra cara de la moneda: también se pueden ganar evitando las anotaciones del de enfrente.
El paupérrimo saldo de goles en una serie Final infestada de unos y ceros en el marcador, no es culpa de los Tigres.
A muchos nos hubiera gustado que las cosas fueran diferentes, independientemente del ganador.
Que hubiera privado el espectáculo, que quienes brillaron en el torneo regular hubieran dejado la piel en sus partidos defendiendo sus convicciones y no reduciendo su tamaño, y que los finales épicos aliados al buen futbol y no al cronómetro hubieran dejado algo mejor para la memoria.
Pero esa es una cuestión de preferencias.
El oficio cuenta y en este título felino no hay mancha. Solo aparece si, la nostalgia por haber deseado que los héroes hubieran sido sus portentosos atacantes y no su arquero, que también para cumplir su papel fue bien contratado en su momento.
Sorda Liguilla.
Que no haya muchas como ésta, con tanta anemia frente a la red y con tantos gritos atorados en las gargantas que algún día serán liberados.
La victoria no tiene que dar explicaciones. Nunca.
Aunque pudo haber dejado mejor sabor en el paladar.
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