Por muy distintos motivos, los dos 'Clásicos' acapararon los reflectores al terminar la Jornada 12.
En el duelo entre equipos regiomontanos, más que el juego ofrecido lo que dio sobrada tela para el comentario fue la consecuencia del resultado: un 0-2 que derivó en la salida de Diego Alonso como director técnico del Monterrey.
Como resultaba evidente que ya no hallaba cómo hacer funcionar a uno de los tres planteles más poderosos del actual futbol mexicano (el de los Tigres y el del América son los otros), Alonso era insostenible después de esa derrota, a pesar de producirse la misma después de que los Rayados habían sido un poquito menos malos que los Tigres hasta que cayó el primer gol de éstos por obra y gracia de Zelarayán... y de Barovero.
Ahora queda por verse si en la directiva albiazul cuentan con la capacidad necesaria y suficiente como para acertar en la elección del nuevo director técnico, del elemento adecuado para aprovechar el enorme potencial con que cuenta este equipo.
Mientras en los regiomontanos lares lo piensan como pueden y lo deciden como deben quienes tienen que pensar y decidir, en el ámbito nacional es el partido jugado entre el América y las Chivas el que sigue dando material para el comentario.
Un partido ampliamente dominado por la escuadra americanista, que tuvo en Francisco Sebastián Córdova a su mejor elemento. Un extraordinario futbolista que en su eficiente desempeño muestra una madurez y un desparpajo inusitados en jugadores tan jóvenes.
Algo están haciendo muy bien en el América en el renglón de formación de futbolistas (¿Alfredo Tena y quién más?), para que de ahí broten jugadores como Córdova, o como Diego Lainez y Edson Álvarez.
Y sin embargo, en lugar de hablar o escribir sobre cosas tan plausibles y alentadoras como ésa, de lo que primordialmente se ha escrito y hablado con respecto a esa edición del Clásico Nacional es de dos acciones no tan futboleras que digamos.
Por un lado, de una engañosa imagen con la que se pretendió presentar a Guillermo Ochoa como un agresor común y corriente (que en ese caso hubiera sido más corriente que común), para así tratar de manchar su ejemplar trayectoria como futbolista.
Pero en primer lugar, se menciona una y otra vez la imprudente, atrabancada y violenta entrada de Antonio Briseño sobre Giovani dos Santos, que provocó la aparatosa lesión del atacante americanista y la ineludible expulsión del defensor rojiblanco, ya castigado por su error como correspondía hacerlo.
Pero en el afán de no hablar del verdadero futbol por ningún motivo (o de Córdova y su irrupción como magnífico futbolista, por ejemplo), sigue dándosele vueltas a la satanización de Briseño... o al imaginario reclamo salival de Ochoa.
Cosas de nuestro muy mexicano amarillismo futbolero.
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