Hubo tantos avisos que parece mentira no haberles hecho caso.
Y entonces no anticipamos lo que tendríamos que decir, lo que necesitaríamos escribir cuando el momento llegara para poder expresar el sentimiento con toda la luminosidad.
Ante una noticia como ésta, se siente un golpe en la mandíbula de los que duermen, atarantan y no dejan pensar. Todo da vueltas.
¿Cómo no prever que en una de esas, después de tantos permisos provisionales que le dio la vida, no llegaría el día de guardar luto por Diego Armando Maradona?
Es cierto que las emociones no se pueden anticipar. Solamente afloran cuando son activadas por un detonante.
Tal vez por eso tampoco Diego pudo anticipar que el final estaba tan cerca. Se lo había quitado varias veces de encima a punta de gambetas.
Pero era inevitable que un día de estos le pegarían un hachazo destructor que no resistiría porque su habilidad para eludir los golpes ya había venido a menos.
Sin embargo, hay otro factor que evitó preparar un discurso: no nos gusta hablar de la muerte. Aunque durante los últimos meses la sentimos sentada en la sala, en la calle que transitamos y en las noticias de todos los días.
No solemos hablar de ella con los nuestros, de decirles qué sucedería si uno de nosotros se va, si por el riesgo actual del mundo y del país, mañana no podemos volver a compartir.
La muerte duele y tampoco podemos anticipar los sentimientos que producirá. No queremos escribir de ella o charlar sobre su posible cercanía porque pensamos que es una manera de invocarla.
Habrá pasado con Maradona. Resistente a los cuidados, pasajero de carreteras peligrosas y retador de todo lo establecido.
Tomó decisiones equivocadas, retó al poder, hizo su clan, fue arrastrado a vicios que terminaron siendo fatales.
Luego se levantó, se volvió a caer, trató de redimirse y los partidos, mientras tanto, vieron cómo se iba apagando la flama brillantísima con que en su buena época iluminó todo.
Fue utilizado por los medios como el mejor producto de consumo, perseguido como todas las figuras de ese tamaño y utilizado por muchos que ganaron dinero a su nombre.
Se identificó con causas oprimidas, con los pobres del pueblo desde su origen en Villa Fiorito hasta su esplendor en el Nápoles, donde por cierto sacó la cara por una región históricamente desestimada.
Cada quien tiene su álbum propio y personalísimo con las imágenes que le dejó Maradona.
En este punto final no obstante, vemos a su feligresía despidiéndolo sin cubrebocas, amontonada en las calles y gritando su nombre a todo pulmón sobre el aliento de los demás.
Ojalá que Diego se vaya solo.
Que nadie lo acompañe con tanta pasión confundida con la imprudencia.
Porque más que nunca, debemos hablar de la muerte.
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