Flotando en el estanque de contenidos llamado Netflix y a punto de abortar la misión por la ansiedad generada, encontré a lo lejos un oasis llamado "Paper Tiger".
Se trata del más reciente especial del polémico comediante Bill Burr, el cual tuvo que realizarse lejos de Estados Unidos, precisamente por la culpa del Paper Tiger.
Paper Tiger es todo ese ruido que parece poderoso, pero en realidad está repleto de incongruencias y resulta inofensivo. Muchas veces recreado en el teatro a través de un tigre gigante de papel que entra y sale del escenario caóticamente, mientras las luces prenden y apagan, pero al final, nunca pasa nada.
En eso se han convertido los Tigres de Ricardo Ferretti, un equipo que luce feroz, ruidoso y poderoso en el preámbulo, pero arrancando el partido, se convierte en un tigre de papel.
Me parece soberbio pensar que el mal juego de los felinos obedece a un cambio en el estilo de juego. Da la impresión que a la familia tigre le cuesta mucho trabajo aceptar cuando un rival ha sido mejor que ellos y tienen que elaborar este tipo de razones que restan importancia a la superioridad del oponente.
Entre esos cambios que se presume está intentado "El Tuca", resalta la cantidad de balones largos para un equipo acostumbrado a jugar de manera terrestre, pero no será fácil engañarnos, ya que después de tantos años viendo jugar a esta escuadra, podemos detectar cuando lanzan por decisión y cuando lanzan como uno de sus últimos recursos.
Están perdiendo la capacidad para salir jugando y para que los lanzamientos sean efectivos necesitan mostrarle al rival su poderío a ras de pasto primero. Igual que en el futbol americano, establecen primero la corrida, tiran el anzuelo y después mandan la bomba de 50 yardas.
Me atrevo a decir que estos Tigres no solo han perdido la capacidad de salir jugando, también han perdido la valentía que se necesita para retar la presión del rival. Característica primordial y una de las más admirables del equipo de la década.
El juego de Ferretti está sufriendo su crisis más fuerte en los últimos seis años y las estadísticas lo comienzan a reflejar: en los últimos 11 partidos se han anotado 15 goles (1.3 por partido), lo más preocupante es que el problema no es solo de definición, ya que los números demuestran un descenso en los disparos por partido (11.3) y aún más grave si lo resumimos a tiros a gol por encuentro (3.8). Números aún más tristes para un equipo con tanto talento ofensivo.
A Tigres se le fue el gol, el orden defensivo, la generación de llegadas, el autoestima y hasta su afición en los últimos minutos contra el San Luis, pero si pierde su identidad, lo pierde todo.
Twitter: @AldoFariasGzz |