Pumas había pagado sus deudas al medio tiempo del partido de anoche.
Con el tres a cero parcial sobre Cruz Azul, enderezaba todo lo sufrido en esa infausta goleada del Azteca con los 12 minutos fatídicos que le habían incendiado la Final.
Pero con orgullo, determinación y la suerte que acompaña a los vencedores, casi equilibró el global. Puso el partido a punto.
El mensaje que habrá tenido que interpretar cada uno de los equipos, es que cada quien tendría que decidir cómo escribir el resto de la historia.
Pasar a la gran Final por el título dependía de muy poco. De un gol, en pocas palabras. Anotándolo o no recibiéndolo. Había opción de elegir.
La pausa con que se jugó gran parte del segundo tiempo tiene una razón de ser fácil de interpretar: había que controlar el factor emocional.
Si recordamos aquella Final que perdió Cruz Azul contra América en el 2013, había tal confianza en las Águilas en los últimos momentos, que los penales se lanzaron porque había que cumplir con el reglamento, pero anímicamente todo estaba condicionado.
Los rostros de la bancas, de los jugadores de unos y otros y de la gente en la tribuna revelaban todo: a uno ya no lo iba parar nadie y el otro estaba deshecho.
Había que tener calma ayer en CU para que ese momento emocional no se le fuera encima otra vez a La Máquina.
Pero en Pumas sucedía lo mismo.
La euforia de haberse acercado tanto a la meta necesitaba un freno: paciencia para no dejarse llevar, sabiduría para no arriesgar un gol en contra que mandara al infierno todo de nuevo, y templanza para esperar el momento de volver a atacar sin descuidarse.
Ese pulso, casi ajedrecístico, puso a prueba a ambos. Pero la respuesta no dependería solamente de a quién le daría la razón el resultado.
Ambos hicieron lo imposible por no equivocarse y como sabemos, el marcador no se había movido más hasta que llegaron los 15 minutos finales. Hora de definirse.
Cruz Azul decidió retener el balón, cerrarle los espacios a los Pumas y aliarse del reloj. Descartó buscar ese gol que hubiera matado.
Le pudo resultar, pero no sucedió así.
Lo vivido cerca del minuto 90 le dio la razón a Pumas, que consumó la gran hazaña.
Y lo hizo porque lo intentó.
Debemos buscar ahora el verbo que se conjuga en el Pedregal: tiene que implicar frescura, valor, resistencia, solidaridad... y triunfo.
Todos los comentaristas deberíamos disculparnos con Pumas porque los dábamos por eliminados. Nadie les dio la menor esperanza. La historia tampoco estaba de su lado.
Pumas hizo brillar la Semifinal porque intentó lo imposible y Cruz Azul la dañó porque dejó ir lo que era absolutamente posible.
Cada equipo, sí, tomó su decisión.
Y la historia sigue su curso.
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