Hay momentos que quedan registrados para siempre.
Instantes que marcan el inicio de la ausencia eterna; de la transición entre la vida entre nosotros y lo que siga después de ella.
La muerte de John F. Kennedy sin que uno a esa edad, apenas racional, supiera porque papá y mamá casi lloraban frente al televisor.
La de Lady Diana, regresando de Celaya tras una transmisión, en los tiempos de Butragueño, en una de las tiendas de la carretera buscando algo que comer y enterarnos por el dependiente al momento de pagar.
O la terrible noticia del asesinato de John Lennon en el radio del auto camino al trabajo, o el accidente de Ayrton Senna en plena narración de un partido de la Liga italiana, con la tremenda tarea de decirlo al aire unos instantes después de confirmarlo, cuando estábamos lejos de las redes sociales y los avances que hoy tenemos a la mano.
El mundo se inflamó inmediatamente con su gran capacidad de comunicación en cuanto se supo lo que había sucedido.
Las sorpresa, la incredulidad, el deseo de la no confirmación, el pesar, el luto, la necesidad de conocer más detalles.
El accidente en que Kobe Bryant perdió la vida junto con la de una de sus hijas y otras siete personas, volvió a hacernos sentir lo mismo que esas malditas veces: el luto por un ser del que éramos cercanos a través de la admiración, de la emoción y de su obra en vida.
Sintiendo al mismo tiempo el terror que da la vulnerabilidad; la seguridad de que la vida no garantiza finales felices para nadie.
Ni siquiera para un ídolo de 41 años con una fortuna en las manos y mil proyectos para realizar con ella a fin de ayudar a los demás y a seguir creando; ni siquiera para uno de los más aclamados basquetbolistas de todos los tiempos.
Y entonces comentar que los Pumas merecieron ganar a unos desteñidos campeones, o volver a pelearnos con el VAR o detenernos en el Toluca que dispuesto a no jugar a las muñequitas, pide a través de su técnico que no le quiten sentido y valentía al juego, no es importante.
Todo viene a menos porque en este gran escaparate de los deportes, ese enorme punto de fuga para distraer los problemas cotidianos gracias a pertenecer emocionalmente a una causa, gente como Kobe nos regaló mucho aunque nos fueran más simpáticos otros personajes o no nos cansáramos de compararlo con Michael Jordan.
Así como todos esos personajes fueron parte de nuestras vidas, Kobe pertenece a esas numerosas imágenes que nos llenaron los ojos y emocionaron nuestros sentidos para permanecer ahí mientras existamos.
Con lágrimas por su familia, por todo el entorno y porque algo murió también dentro de todos nosotros, no cabe otro tema distinto a respetarnos mutuamente un luto propio que conforme pasaron las horas se convirtió en colectivo.
Démonos todos un abrazo de consuelo.
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