Pese a que lo desmintió algún día quejándose de que se le había mal interpretado, se le atribuye a Dirceu la metáfora más dura que se le puede dedicar a un compañero de equipo.
"Entrego balones y me devuelven sandías", habría dicho el tercer mejor jugador del Mundial de Argentina 78 cuando militó en el América, unos meses después.
Si lo dijo o no ya no puede ser ratificado porque el brasileño falleció hace muchos años, pero la imagen verbal es tan poderosa que se convirtió en un clásico.
Un gran jugador es contratado para elevar el nivel del equipo que lo contrata y debería lograrlo como contraprestación a ese esfuerzo. Está claro.
Pero eso no sucede siempre porque en los deportes de conjunto se necesitan asociar las cualidades de los demás con un rango parecido de calidad en la interpretación y ejecución del juego.
Carlos Vela ha hecho una magnífica temporada con números individuales históricos en un equipo que con dos años de existencia, fue la sensación de la MLS.
Carlos es el rock star de moda en Estados Unidos aunque no le haya alcanzado a Los Ángeles FC para jugar la Final del torneo la próxima semana.
Se le atravesó un rival con 11 años de vida -para la referida Liga es veterano por la juventud del circuito- y en una noche de esas, lo dejó en el camino.
Seattle Sounders es un equipo correoso que sabe jugar como los primos le ganaban con frecuencia a la Selección Mexicana: esperándola y a contragolpes. No se hace demasiados líos.
Encerraron a Vela, cuyo técnico ayudó a limitar poniéndolo como centro delantero durante casi 60 minutos, sin la posibilidad de combinar con alguien o con el espacio libre suficiente para quitarse gente de encima.
Y cuando Bob Bradley lo mandó a su hábitat natural que es la banda, el partido ya estaba cuesta arriba y el rival empoderado por un marcador imposible.
En compromisos como el de anteanoche es necesario dar el siguiente salto competitivo.
Y el plantel con el que alterna Vela, pese a haber logrado un torneo regular memorable, se puso a devolverle sandías en plena tormenta.
No fue capaz de protegerlo, aprovechar el gran sentido de su futbol y entenderlo. Perdió la posibilidad de aprovechar a un jugador fuera de serie en el mejor momento de su carrera para avanzar a la Final y ganarla.
Carlos está contento donde juega y tratará de seguir aportando lo que le toca pese a que necesitaría mayor calidad al lado para trascender lo que quisiera.
Y como Dirceu, nunca aceptará que le devuelven tantas sandías que podría poner una tienda.
No sería cortés aunque es la verdad.
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